La experiencia no se transmite, se transita

Las individualidades somos insuficientes para contagiar entusiasmo hacia una perspectiva, necesitamos la implicación plena de todas las instituciones.

12/12/20222 min read

person in gray shirt holding white printer paper
person in gray shirt holding white printer paper

Pido permiso para contar una anécdota personal. La semana pasada tuve noticias de un ex compañero de la escuela secundaria de quien no sabía nada desde, al menos, veinte años atrás. Si bien lo conocí bastante, no llegamos a ser amigos, él se comunicaba de una manera agresiva que lo ubicaba como alguien en quien no podías confiar. En mi grupo de amistades le decíamos ‘gilardo’ y no precisamente en referencia al pianista.

Gilardo leía el entorno en clave dicotómica y así anhelaba casarse con ‘la santa’ y acostarse con ‘la fácil’. Para él existían dos tipos de personas: quienes podían hacerle frente y el rebaño. Le gustaba presumir liderazgo y se paseaba en los recreos maltratando a todas las personas, ya fuera con empujones como al descuido, un cachetazo en la nuca de pasada, algún insulto aleatorio, burlas de todo tipo, amenazas varias. Visto con mis lentes de hoy, Gilardo entendía a las relaciones sociales en términos verticales, jerárquicas, la dominación de otras personas como fin último de la existencia. Gilardo no tenía amistades, sino súbditos. No tenía relaciones equitativas, sino desequilibradas a su favor. Luchaba por su posición en la góndola sin notar el supermercado.

Nos burlábamos, con disimulo, de Gilardo. Fuimos crueles, nos faltó hacer un esfuerzo de conocimiento y comprensión en cuanto a su historia personal. Gilardo posiblemente haya tenido malas experiencias que fundaron, y luego consolidaron, su perspectiva desencantada acerca del mundo y las personas. No era malicioso, sino que estaba muy solo, orientado por mandatos culturales del patriarcado, de esos que obligan a proyectar y sostener una imagen de fortaleza que se desentiende de procesos emocionales que, al ser ignorados, arrastran a la autoestima hacia el subsuelo de las relaciones interpersonales.

La semana pasada recibí la llamada de una amiga, ex compañera de secundaria. Ahora es abogada y ejerce la profesión en el mismo pueblo en el que fuimos adolescentes. Me preguntó si conocía a alguien en provincia de Buenos Aires que trabajara en masculinidades y prevención de la violencia, ya que su defendido podía evitar una pena mayor si accedía a un curso de estas características. “¿Sabés quién es?”, me dijo. Seguro que vos, que estás leyendo esto, ya te diste cuenta.

El caso de Gilardo es de manual, quizá hasta suene caricaturesco, pero me resulta de mucha utilidad para entender al menos dos cosas.

La primera es que si durante la adolescencia hubiera tenido las lecturas y las vivencias que hoy acumulo, habría sido, quizá, como tener una bola de cristal para ayudar a las personas. Pero la experiencia es intransferible y las anécdotas siempre resultan insuficientes para ilustrar un ejemplo, porque no todas las personas tenemos las mismas referencias y no percibimos los mismos detalles en una misma narrativa.

La segunda es que las individualidades somos insuficientes para contagiar entusiasmo hacia una perspectiva, necesitamos la implicación plena de todas las instituciones, que son los dispositivos de creación y fortalecimiento de sentidos que conforman horizontes de acción. La experiencia no se transmite, sino que se transita.