Los varones y el 8M

Para un programa de radio, me han preguntado qué podemos hacer los varones durante este 8 M.

Seba Fonseca

3/6/20234 min read

a group of people standing next to each other on a sidewalk
a group of people standing next to each other on a sidewalk

Para un programa de radio, me han preguntado qué podemos hacer los varones durante este 8 M.

Lo primero que pensé fue que sería mejor que sean las compañeras quienes compartan su parecer acerca de cuál debería ser nuestro lugar en esta iniciativa, pero enseguida me acordé de la poeta negra feminista crítica Audre Lorde cuando dice “De las mujeres se espera que eduquen a los hombres. De las lesbianas y los gays que eduquen al mundo heterosexual. Los opresores conservan su posición y eluden la responsabilidad de sus propios actos”1. Por lo que no puedo eludir la responsabilidad de responder a la invitación de contestar a la pregunta "¿Qué podemos hacer los varones este 8M?"

Responderé siendo consciente de mi lugar privilegiado de varón, intentando desarrollar una mirada crítica acerca de la masculinidad tradicional y así compartir algunas notas que tampoco significan gran cosa, sino apenas un puñado de ideas tomadas de fuentes diversas.

En principio, creo que sería bueno y necesario que cada quien pueda hacer el mismo ejercicio de intentar responder a esta misma pregunta, en lo posible proyectándose más allá de este día en particular.

En algunos debates de grupos de varones interesados en estos temas, y también en textos escritos por especialistas, suele sugerirse que si convivimos con una pareja y hay peques a cargo, podemos reflexionar acerca de cuánto sabemos de nuestro núcleo familiar y cuál es nuestra participación en su bienestar. Participación que vaya más allá de la idea tradicional del varón proveedor-protector. Podemos preguntarnos, por ejemplo, cuáles son las vacunas que faltan aplicar a les peques, si hay mucha ropa por lavar, cuánto hace que se cambiaron las sábanas o que se limpió la casa, cuándo fue la última vez que nuestra pareja salió con sus amistades o tuvo al menos medio día libre para hacer lo que le dé la gana.

Dejar de pensar en clave de colaborador y tratar de hacerlo en clave de involucrado.

En términos más amplios, es decir más allá de nuestro entorno inmediato, podemos revisar nuestras prácticas aprendidas en tanto varones, intentar una mirada crítica acerca de nuestros privilegios de género, que vaya si los tenemos.

Privilegio de género, por ejemplo, es que desde pequeños al terminar el almuerzo o cena familiar podamos, en tanto varones, retirarnos de la mesa para hacer ‘fiaca’ mientras las mujeres de la casa ordenan y lavan los platos. Esta es una práctica general naturalizada, propia de nuestra cultura, una cultura tradicionalmente machista, patriarcal, que entiende y acepta que el tiempo de los varones tiene un valor más alto que el de las mujeres.

También puede que seas un varón que se considera progresista, tengas buena voluntad para terminar con las desigualdades y digas “yo no soy así”. Y está muy bien que no mates, que no violes, etc. El asunto es que si tu conciencia queda en paz con ese simple gesto de desmarcarte del sistema de opresión y todo queda ahí, quizá simplemente estés esquivando tus responsabilidades en tanto perteneciente al género opresor. Por ejemplo, si en alguna reunión alguien hace un chiste misógino y vos no te pronunciás en contra por mantener la cordialidad, en lugar de mantener la cordialidad lo que estás haciendo es sostener la complicidad machista.

Somos más machistas de lo que creemos, sobre todo cuando ni siquiera lo pensamos.

No es tu culpa, claro, así fuimos educados. Fuimos educados para buscar el poder y ejercerlo, y eso es lo que hacemos todo el tiempo de manera inconsciente.

No es tu culpa ser así (ya quedó claro), pero sí está en tus manos dejar de serlo.

Por esto es necesario revisarnos a fondo en nuestras actitudes. A veces, el voluntarismo nos lleva a plantar banderas donde nadie nos llama, cedemos a la tentación del protagonismo tan característico de la masculinidad tradicional y sin darnos cuenta ocupamos lugares que no nos corresponden. La marcha la hacen las mujeres no en contra nuestra, sino en contra de las desigualdades que promueve el patriarcado, que es un sistema de poder, jerarquizado como todo sistema de poder, y que tiene a la masculinidad como categoría principal, privilegiada. Por esto mismo, que un varón participe de la marcha solamente le sirve a ese varón para desmarcarse, para mostrar que él no es así, pero nada le aporta al señalamiento general que pretende semejante movida.

Entonces, si de verdad queremos el pasaje a una sociedad más igualitaria y democrática, deberíamos empezar por tratar de analizar y comprender qué es lo que está ocurriendo con las relaciones sociales más allá de nuestro varonil ombligo lleno de pelusa.

Una vez visualizado el panorama, en lugar de ceder a la tentación de gritar “yo no soy así”, sería más conveniente hacernos cargo de nuestras propias comodidades y flojeras para empezar a trabajarlas cada cual desde su lugar y posibilidades.

Incomodarse, equivocarse, capacitarse, informarse, preguntar. Abandonar la idea de que somos la unidad de medida de todas las cosas, renunciar a la pretensión de protagonismo. Terminemos con la machocracia, bajémonos del banquito, compartamos el poder de definición de la realidad con las demás identidades de género. Dejémos de pensar de manera automática que la alternativa al patriarcado sería un matriarcado, porque no se trata de invertir el orden social, de reemplazar una jerarquía por otra, sino de hacer cada vez más evidentes las desigualdades que reproducimos de manera cotidiana.

1LORDE, A. “Edad, raza, clase y sexo: las mujeres redefinen la diferencia”. Ponencia presentada en el Coloquio Copeland, Amherst College, abril de 1980. Disponible en: sentipensaresfem.wordpress.com/2016/12/03/ercsal/